La isla de Holbox ha ganado una enorme popularidad en los últimos años, y no es casualidad. Incluso en un entorno tan bello como la península del Yucatán, el ecosistema de Yum Balam dota al poblado de un valor incalculable. Con lugares tan explotados como Playa del Carmen, plagados de macrohoteles, como Cancún, e inundados de turistas, como Tulum, Holbox presenta un entorno natural incomparable que hace equilibrios para salir airoso de las amenazas que han saturado los núcleros turísticos clásicos de Quintana Roo.
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Hay muy pocos lugares en el mundo donde los humanos podamos ver de manera segura y regular al que no sólo es el mayor tiburón del planeta, sino que es también el pez más grande del mundo. Y es inofensivo. Se puede ver en Ningaloo Reef, Australia, Utila, Honduras, Donsol y Batangas, Filipinas, en Venezuela, Zanzíbar, Tanzania, Panamá y… en Holbox. Los tours, operados por diversas empresas, cuestan 1,800 pesos por persona (quizás puedes recortarle 100 pesos si renuncias a que vayan a recogerte a tu hotel), e incluyen un pequeño desayuno, agua y refrescos, esnórquel en un arrecife cercano, la visita a una laguna y ceviche fresco. Eso sí, hay que tomar en cuenta que la temporada de avistamiento dura aproximadamente de junio a septiembre.
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Raro sería que alguien que visitara Holbox no estuviera interesado o interesada en sus espectaculares playas; limpias, blancos, kilométricas y, en muchas partes, semivírgenes. Llenas de palmeras, y con poca molestia humana. ¿Por qué intentar el imposible de relajarse en playas abarrotadas de gente, bares, barcos atracados y música a un volumen demencial pudiendo deleitarse con los mágicos atardeceres en Holbox?
Una de las imágenes que caracteriza todo el Caribe, no sólo el mexicano, es la de sus aguas de un precioso color turquesa. En Isla Mujeres o en Tulum puede verse este espectáculo, que en cambio, en Holbox es raro. El color del agua acostumbra a ser de un verde claro, menos azulado, pero esto es debido a un fenómeno llamativo, que son los inmensos bancos de arena que adornan las costas de la isla. Uno puede bañarse a más de cien metros de la costa sin que el agua le llegue al pecho, lo que ofrece una experiencia única a un bañista probablemente acostumbrado a vigilar cada paso que da una vez entra en el agua. Un agua, por cierto, que nunca estará frío; de hecho, uno podría llegar a sentirse verdura en una sopa.
Si bien la bioluminiscencia no es un espectáculo tan exclusivo como el del avistamiento del tiburón ballena, se trata de un fenómeno bastante raro, hasta en las costas mexicanas, por lo que también genera mucha tracción turística. Para quien no esté familiarizado con el término, la bioluminiscencia es una luz que emite un ser vivo, normalmente células, insectos o pequeños crustáceos, cuando el oxígeno oxida una proteína llamada luciferina. El fenómeno se puede apreciar en las costas de Holbox cuando la noche está cerrada, por lo que será casi imposible de ver durante una luna llena. Los tours cuestan alrededor de 300 pesos por persona y el horario variará dependiendo de la fuerza de la luz de la luna. A más luz, más de madrugada.
Hay que tener en cuenta que la experiencia real dista muchísimo de las impresionantes fotografías que muestran una luz casi radiactiva saliendo del agua. Se trata en realidad de una irradiación de luz extremadamente tenue, que las personas con peor vista es muy probable que no puedan llegar a apreciar. Cuidado.
Pese a ser pequeño, el poblado ofrece muchas actividades distintas para que sus visitantes gocen de la mejor experiencia posible. Más allá de avistar el tiburón ballena o ver las noctilucas, se pueden rentar bicicletas para pasear por el pueblo o para disfrutar de las playas a más velocidad. También es posible rentar carritos de golf para recorrer las calles, puesto que en Holbox no circulan coches. Hay paquetes de deportes de aventura, o también es posible disfrutar de actividades relajantes en los hoteles.
De nuevo, pese a tratarse de un pueblo pequeño, la oferta turística es más amplia de lo que a priori pueda parecer. Las calles más céntricas, que son tres o cuatro, tienen muchos restaurantes que presentan una oferta gastronómica que va desde las pizzas al horno hasta propuestas de cocina de diseño a precios razonables, pasando por unos mariscos de una frescura y calidad insuperables, asados argentinos, fondas mexicanas y hasta un restaurante temático sobre lucha libre. Es imposible hartarse por estar comiendo cada día lo mismo en la isla. Incluso existen un par de comedores de comida económica para quien viaje con un presupuesto apretado.
Holbox fue, hasta que el secreto se perdió, un pequeñito pueblo de pescadores. Pese al crecimiento turístico, la paz y la calma se respiran en cada rincón del poblado; el clima caluroso no permite el ajetreo. Es habitual ver a los lugareños charlar tranquilamente en las esquinas o en los portales de sus casas, disfrutando del relativo fresco de la noche. Eso sí, con kilos de repelente de mosquitos. Los que han llegado a la isla después mantienen el mismo espíritu, entendiendo que quien llega a Holbox para quedarse sabe que el paraíso ofrece paz, no las angustias de la gran ciudad.
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